Dismorfia corporal

Hay tres pliegues de diez centímetros en mi abdomen. Podría esconder algo entre ellos. Mi cara es circular. La papada me cuelga. Puede ser que mi novio no quiera tener sexo. Puede que mi culo reviente.
Son las 8:15 de la mañana. Martes 5 de noviembre en el culo del mundo. Oceanía, Australia, Melbourne, South Melbourne, piso diez en la calle Dorcas. Peso 75 kilos. Me cuesta moverme. Los brazos se mueven lento, las piernas no son ágiles. Hay tres pliegues de diez centímetros en mi abdomen. Podría esconder algo entre ellos. Mi cara es circular. La papada me cuelga. Puede ser que mi novio no quiera tener sexo. Puede que mi culo reviente.
Me coloco frente a mi armario. Tengo seis pantalones de colores monocromáticos. La mitad de ellos son talla cuatro. La otra mitad son talla chica americana. Ninguno me queda. No me puedo deshacer de ninguno. Tengo que caber. Recorro cada uno de ellos con la mano. El azul me dejó de cerrar hace dos meses. En el gris el culo lo frena en su intento de subir hacia la cadera. Los de mezclilla me entallaron ayer a la perfección. Ayer pesaba 55 kilos.
Tomo los de mezclilla. Mi corazón se acelera. Lo siento en las sienes. Mi cuerpo libera cortisol. No entiende la diferencia entre un león persiguiéndome y la desilusión de subir de talla. Me tenso. Mis axilas transpiran. Me comienzo a subir los pantalones sintiendo vergüenza antes de sentirla.
Llegan. Aprietan. Cierran a la fuerza. El botón resiste y confirma que la pizza de ayer hizo efecto. Casi puedo ver en mi cadera izquierda la forma triangular del pedazo que me devoré con culpa. Estos pantalones acentúan mis caderas. Tom dice que me hacen ver un culazo. No puedo pensar en un peor cumplido que ese. Yo quiero un culo que pase desapercibido.
4 de noviembre en el culo del mundo. Pesaba 55 kilos. Fui al gimnasio. Hice bicep con las mancuernas de diez kilos. Tengo brazos musculosos. Pueden cargar lo que quieran. Son hábiles, soy hábil. Soy ligera. Casi se asoman las abdominales superiores. Se nota que hago ejercicio. Me siento superior.
Escondo la grasa debajo de una playera oversized. Aesthetic. Me cuido de
la presión asfixiante de caber dentro del modelo aceptado. Si no soy bonita, ¿qué soy? Si no soy delgada, incomodo. Las gordas incomodan, las gordas
incomodan, las gordas incomodan.
Cené en el restaurante italiano del barrio. Me dio pena decirle a Tom que tampoco como pizza. Ya se me acabaron las excusas. Devoré tres pedazos con sabor a culpa. Bebí una copa de vino rosado para tratar de olvidarme. Llegué a mi casa. Me tomé un té de jengibre mientras le pedía perdón a mi abdomen. El arrepentimiento me comía el cerebro como termita. Hoy amanecí con 75 kilos.
2:30 de la tarde. Mis caderas se extienden a los lados. Voy al baño de la oficina múltiples veces. Me levanto la playera penosamente. La mirada de mi mamá, novio y amigas ven mi abdomen flácido. Todas metidas en el baño de 2 x 4. Nos robamos el oxígeno. Todas queremos respirar. A todas nos han robado el aire. Todas hemos sido víctimas del modelo inalcanzable de mujer que se nos ha enseñado. Crecí. Estoy más grande que en la mañana. Regreso a mi escritorio. El pastel de cumpleaños godín reposa desafiante en la mesa gris. Es el león. Ruge para que lo coma. Parto un pedacito. Me lo meto a la boca con pena. Dejo de caber en la silla reclinable. Los resortes se vencen con mi peso.
6:15 de la tarde. Se mete el sol. Se asoman tres kilos de más. 78. Definitivamente mi novio no va a querer tener sexo conmigo. Las gordas no cogemos. Las gordas no merecemos placer. Me quito los pantalones. Es la primera vez que respiro en el día. Mi cuerpo se derrite en el espacio. Habito el cuarto. Ya no soy talla cuatro, ni seis. Tal vez ya soy ocho.
Tom llega de trabajar. Me abraza por atrás. Me da un beso, mientras dice que me extrañó. Mi culo siente su erección. Me muevo y me dirijo a la nevera. Saco los ingredientes mientras dicto como trabalenguas mi día. Escroleo Tiktok para encontrar la receta. Una mujer de cincuenta kilos habla de la alimentación intuitiva y del amor propio. Bullshit. Encuentro una cena alta en proteína y pocos carbohidratos. Mañana quizás pese 60 si como eso.
10:30 En la cama trato de buscar al mentiroso. Hay un infiltrado. ¿Quién es el que no me está contando la verdad? ¿Es el espejo? ¿Mi cabeza? ¿Tom? ¿Los pantalones? No sé cuánto pese mañana. 50, 60, 70. La dismorfia corporal se ríe. Me deja las dudas para mañana.
–Buenas noches– me susurra.
–Buenas noches– le contesto, mientras siento que otro día perdí la batalla contra el sistema que está tan arraigado a mi que ya no sé cómo distinguirlo de lo que soy.
