Las mujeres que sentimos mucho

¿Cuántas veces hemos creído que nuestra sensibilidad es un error, cuando en realidad es nuestra mayor verdad?
Con el paso de los días me he dado cuenta de que el privilegio más ciego que tenemos es el de sentir; sentir mucho.
Porque sentir es la experiencia más personal e íntima que tendrás contigo misma siempre. Es el canal principal con el que nuestra alma se comunica con la conciencia, recordándonos que estamos vivas.
Nos enseñaron a pedir disculpas por las lágrimas que derramamos sin permiso, por las emociones que se nos salen de las manos y por alzar la voz ante lo que nos rompe. ¿Cuántas veces hemos creído que nuestra sensibilidad es un error, cuando en realidad es nuestra mayor verdad?
Como si viniéramos todas preconfiguradas, entendemos desde nuestra primera convivencia intensa con alguna emoción, que la sensibilidad es reflejo de la debilidad, y que sentir es para aquellas que se rinden.
Y entonces, creamos un bloqueo emocional que nos enreda nudos en el corazón, con hilos de culpa, de vergüenza y apatía. Nudos invisibles que aprietan nuestro corazón, lo endurecen y nos hacen creer que sentir demasiado es el mayor pecado silencioso.
Últimamente, me he sorprendido a mí misma llena de vergüenza y culpa por lo que siento. A veces me encuentro cuestionando si realmente merezco sentir dolor o compasión por las cosas que me pasan, como si mis sentimientos (tanto buenos como malos) tuvieran que pasar por filtros de vida y magnitud para hacerlos válidos.
Pero he descubierto que no necesito que nada ni nadie valide lo que me pasa, que también está bien sentir sola, y en un ejercicio puramente de amor propio me permití abrazar mis lágrimas en la madrugada y dejar que limpien lo que duele sin testigos a mi alrededor.
Sentir es necesario y sano, y después de veinte años (sí, veinte), entendí que es crucial comenzar a hacerlo aunque sea en silencio, porque es el primer paso para aceptar tu realidad, aprender a manejarte a ti misma y empezar a quererte desde lo más profundo.
Aunque muchas veces no lo sintamos así y pensemos que nuestro miedo a sentir viene de fuera, en ocasiones las primeras en juzgarnos por sentir somos nosotras mismas. Nos castigamos por lo que sentimos, por la intensidad con la que lo vivimos, como si amar demasiado, llorar demasiado o doler demasiado fuera un defecto. Nos lo repetimos inconscientemente: somos demasiado todo, demasiado poco, nunca justo, nunca suficiente.
Perder el miedo a sentir nos lleva por un camino de aceptación donde convertimos nuestra vulnerabilidad en una guía que nos encamina hacia la llave para nuestra libertad.
Sentir es nuestra única certeza de que estamos aquí, vivas; nos permite experimentar el mundo con el alma abierta, con la capacidad de conmovernos frente a la belleza y el dolor. Las mujeres que sentimos mucho no somos frágiles, somos resistentes. Porque se necesita valentía para caminar por la vida con el corazón expuesto, para amar sin medida, para gritar.
con el volumen desbordado, y sobre todo, para reconocer quiénes somos. Sentir nos dota de identidad.
No estamos exagerando. Estamos sintiendo. Y en una sociedad que intenta anestesiarnos y apagarnos el corazón, sentir nuestra mayor revolución. Dejemos de pedir perdón por sentir mucho, porque sentir de manera desbordada es el privilegio más hermoso que nos habita.
