Aprende a perdonarte

Aprende a perdonarte
Marijose Becerril
Que difícil es reconocer que cargamos con culpas de cosas que ya pasaron, de las que ya aprendimos y de las que nadie se acuerda más que nosotras mismas, y su peso aún sigue sobre nuestros hombros.

Perdónate las veces que sean necesarias porque te aseguro que, cada vez que te lo otorgues, no será la última vez que te lo pidas.

A medida que crecemos, nos damos cuenta de que los aprendizajes más valiosos provienen de nuestros errores. Algunos son livianos, fáciles de esconder bajo la cama, pero otros, tal vez dos o tres, o quizás cincuenta, son inhumanamente pesados, evidentes y, por alguna razón que no logro comprender, estúpidamente rápidos y necios.

Esos errores nos persiguen a todas partes. Pensamos que ya escapamos de uno, pero lo que no sabemos es que nos está esperando a la vuelta de la esquina. Por más que intentemos librarnos de ellos y enterrarlos, se convierten en la presencia incómoda, en los verdaderos elefantes en la habitación.

Y es en esos momentos de querer huir, darles la espalda y pensar que estos errores se irán si finjo demencia y los considero inexistentes, recuerdo con mucha inocencia aquel viaje por carretera con mi papá, hace muchos años, cuando en un juego amistoso de adivinanzas me preguntó: "¿Cómo metes 15 elefantes en un refrigerador?" Después de media hora de soluciones sumamente ingeniosas (por las cuales, hasta la fecha, no me quito el mérito), él me contestó: "Los metes uno por uno". Luego me preguntó: "¿Cómo sacas 15 elefantes de un refrigerador?" Y sin ánimos de perder mi tiempo, le contesté: "Uno por uno".

Quizá la lección no fue tan evidente en su momento, pero lo cierto es que nadie te explica, o mejor dicho, nadie te prepara, para encarar estos errores que dentro de nuestra conciencia pesan y asfixian igual que 15 elefantes dentro de un refrigerador. Que difícil es reconocer que cargamos con culpas de cosas que ya pasaron, de las que ya aprendimos y de las que nadie se acuerda más que nosotras mismas, y su peso aún sigue sobre nuestros hombros.

Mientras más pasa el tiempo, la culpa invita a la vergüenza, porque ¡qué pena que alguien se entere que guardas elefantes en un refrigerador! (literalmente nadie hace eso). Pensando ingenuamente que podemos seguir acumulándolos, llega un momento en nuestras vidas donde ya no cabe ni uno más.

Así me encontraba yo, dando vueltas en mi cama todas las noches durante meses, torturándome y obligándome a recordar (entre más detallado mejor), cada error que había cometido en los últimos años. Y esa impotencia de no poder regresar al pasado a cambiar aquello que me atormentaba me estaba comiendo viva.

Hasta que un día entendí que el remordimiento no desaparece por arte de magia, y era momento de perdonarme. Porque pese a que todo el mundo ya lo había hecho, yo seguía señalándome, condenándome, una y otra vez, con cada pensamiento. Me dolió darme cuenta del esfuerzo que me estaba costando pararme frente a mi propia incomodidad, y aceptar que, como todo ser humano, también me equivoco.

Y después de admitirme pude perdonarme, y con paciencia, tomé a cada elefante. Uno por uno los fui sacando del cuarto. Algunos más pesados y obstinados, otros más ligeros y cooperadores, hasta que de repente me abracé y me reconocí en mis momentos más vulnerables, intentando recordar cada error sin la intención de regañarme pero con la intención de abrazarme.

Perdónate, no porque lo merezcas en algún juicio moral, sino porque es el primer paso para sanarte. Porque el perdón no borra los errores, pero te permite dejar de arrastrarlos. Es un acto de amor hacia ti mismo, una forma de liberarte del peso que te impide avanzar. Aunque los errores seguirán siendo parte de tu historia, aprenderás a vivir con ellos, dejando que te defina lo que te hace una persona merecedora de perdón.

Perdonarte es aceptar lo que eres, con todas tus imperfecciones, y seguir adelante, con el corazón más ligero y la mente más clara, consciente de que la próxima vez que te equivoques estarás ahí para contenerte. 

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