Corridos: entre la normalización de la violencia y la representación de la realidad

Corridos: entre la normalización de la violencia y la representación de la realidad
Mariana Lara
No son solo canciones pegajosas; son relatos de un país que convive con el narcotráfico.

El pasado sábado 29 de marzo, el grupo Los Alegres del Barranco proyectó en su concierto en Zapopan, Jalisco, fotos de “El Mencho”, líder del Cártel Jalisco Nueva Generación. Esto ocurrió semanas después del descubrimiento del rancho Izaguirre, en ese mismo estado, donde se hallaron fosas clandestinas. No es raro que los cantantes de banda o corridos mencionen o idealicen a figuras del crimen organizado; en realidad, es parte del género presumir los supuestos lujos que esta vida ofrece. Pero, ante su creciente popularidad surge una pregunta: ¿Disfrutar de esta música implica homenajear, romantizar y normalizar la violencia en nuestro país?

En agosto de 2024 asistí a un concierto de Natanael Cano. Compré mi boleto en preventa y fui emocionada. En el Estadio GNP, miles de personas cantamos a todo pulmón “Cuerno Azulado”:

"Cuerno de chivo azula'o, con el gobierno pacta'o..."

La energía y la euforia eran innegables. Lo mismo pasó con la BZRP Music Sessions, Vol. 59, donde todos gritamos con fuerza:

"Me gusta lo caro, güey, como Rafa Caro."

Ahí estaba yo, disfrutando cada canción y cantando cada palabra sin dudarlo. Sin embargo, si alguien me hubiera dicho hace unos años que estaría en un concierto así, no lo habría creído. Durante mucho tiempo me negué a escuchar corridos o ver series de narcos porque sentía que hacerlo era glorificar a los grupos que han matado a miles y que han convertido al país en un lugar donde la violencia es parte de la cotidianidad.

Con el tiempo, esa idea dejó de parecerme tan clara. ¿Escuchar estas canciones equivale a apoyar lo que dicen? ¿Cantar sobre armas y capos es una forma de aprobación? No necesariamente. Los corridos tumbados y los narcocorridos narran la vida de quienes se dedican a estas actividades, mostrando sus lujos, excesos y desplantes violentos como si fueran hazañas. No es la primera vez que la música adopta perspectivas que hablan de crímenes y violencia; el rock, el rap y el reguetón lo han hecho también, pero se les juzga con otros ojos.

Quizá se les juzga con más dureza porque retratan a un enemigo demasiado real, figuras que aparecen en fotos con políticos y que dominan regiones enteras del país. La música no crea la violencia, sino que la refleja. En un país donde el narcotráfico tiene tanto poder, es lógico que su presencia se filtre en la cultura popular, en la música que suena en fiestas y en las playlists más escuchadas. Artistas como Natanael Cano, Peso Pluma, Gabito Ballesteros y Junior H han llevado los corridos tumbados a una nueva generación, y su popularidad es un síntoma de una realidad que muchos prefieren ignorar.

Sin embargo, hay una diferencia entre reflejar una realidad y homenajearla. Hay decenas de corridos que mencionan directamente a narcotraficantes, sus acciones y sus “logros”. Los mismos cantantes asumen roles dentro de estos relatos, a veces insinuando que forman parte de los cárteles. Aunque este tipo de contenidos han sido juzgados antes, el caso de Los Alegres del Barranco ha causado una indignación particular. ¿Es por la cercanía a la tragedia de Teuchitlán? ¿Es porque, sin reparo ni consideración por las víctimas, homenajearon a un líder del crimen organizado? 

Más allá de la indignación, está la influencia que estos temas pueden tener. No todos los oyentes ven estos relatos como simples canciones. Para algunos, los corridos construyen una imagen del narcotráfico como una vía de éxito, donde el dinero y el poder parecen estar al alcance. Y cuando estas narrativas conviven con la falta de oportunidades y la impunidad, pueden volverse aspiracionales. Ahí es donde el tema se complica.

¿Qué nos toca a nosotros como sociedad ante el fenómeno de los corridos y el regional mexicano? ¿Debemos sentirnos culpables por disfrutar su música? ¿En dónde me paro yo, que disfruto esta música, pero al mismo tiempo me siento culpable al saber la realidad? Quizá en lugar de culpa, deberíamos adoptar una perspectiva de análisis y cuestionamiento.

Los narcocorridos narran una realidad que existe, aunque a veces lo hagan desde la idealización. Se les acusa de hacer apología del delito, pero lo cierto es que México no es violento por sus canciones, sino que sus canciones son violentas porque México lo es. Cantar estos temas en un concierto es parte del espectáculo, pero no podemos ignorar que su impacto es más profundo. No son solo canciones pegajosas; son relatos de un país que convive con el narcotráfico. Quizá no haya una respuesta definitiva. Escucharlos no te vuelve violento ni te hace unirte a un grupo delictivo, pero tampoco se puede ignorar que, para algunos, estas letras construyen una aspiración peligrosa

Negarse a escucharlos no cambia la realidad: el narcotráfico seguirá existiendo con o sin ellos. Pero ignorar su impacto cultural tampoco hará que desaparezcan. Lo que sí podemos hacer es cuestionarnos qué estamos consumiendo, por qué nos atrae y qué significa para nosotros. Porque al final, la música no solo refleja el mundo en el que vivimos, también moldea la manera en que lo entendemos.

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