Nos enseñaron a llamarlo amor

Nos han hecho creer que amar es aguantar.
Querid@ lect@r,
Por semanas, he dado incontables vueltas a este pensamiento y siempre regreso al mismo punto: compartir el tema del que hablaré no es una elección, es una responsabilidad. Porque sé, en lo más profundo, que puede salvar vidas.
Ojalá estas palabras no resuenen contigo. Ojalá las leas con distancia, sin reconocerte en ellas. Pero si algo de esto te resulta familiar, entonces esta es una alerta que no puedes ignorar.
Nombrarlo es difícil. Es como saltar al vacío con los ojos vendados. Aceptar que la violencia existe y que, tal vez, la has vivido más cerca de lo que quisieras admitir, duele. Pero también es el acto de valentía más grande: ponerle nombre a la herida es el primer paso para sanar.
Entre tantas historias con finales trágicos, pienso en todas las voces que quedaron en el silencio por aquellos focos rojos que nadie quiso ver. Pienso en la ignorancia que persiste en un país donde la violencia se ha vuelto parte del paisaje. Y me pregunto: ¿cuántas de esas historias pudieron haber terminado distinto si hubiéramos sabido reconocer la violencia antes de que fuera demasiado tarde?
Nos han enseñado a ver el amor con los ojos equivocados. A confundir control con cuidado, celos con interés, sacrificio con compromiso. Nos repetimos: “no me pega, no me grita”, como excusa para justificar que es la única forma de violencia posible. Y cuando escuchamos historias de relaciones tóxicas, caemos en la crítica fácil: “qué tonta, ¿por qué no se va?” Como si salir fuera tan simple. Como si el miedo, la manipulación y la culpa no fueran cadenas tan fuertes como los golpes.
La violencia rara vez se anuncia de manera ruidosa. No siempre deja moretones. A veces se esconde en el silencio después de una discusión, en la indiferencia que te hace sentir invisible, en la manera en que te van convenciendo de que exageras, de que todo es tu culpa. Y el peligro más grande es pensar que NO TE VA A PASAR.
Si por alguna razón la intuición te está gritando que estás atrapada en una relación violenta o que estás viviendo las secuelas de una, no estás sola y no eres culpable. Perdónate, tristemente en estos casos nos tenemos que perdonar de aquello que no causamos y que ante todo fuimos víctimas. Así de manipuladora es la violencia, que pese a que ya hayas salido de ella, te sigue volteando la cara de la moneda y te sigue poniendo como la ingenua, la tonta y la culpable.
Nos han hecho creer que amar es aguantar, que la paciencia de una mujer debe ser infinita, que su rol es sanar heridas ajenas a costa de las propias. Pero el amor no es sacrificio, no es invalidación, no es justificar lo injustificable con la excusa de un pasado difícil. El amor no te encoge, te expande.
No, él no es sólo "necio", ni "intenso", ni "de carácter fuerte". No es normal que te ignore para castigarte, que pida disculpas con regalos en lugar de con palabras. No es normal que te haga sentir pequeña en tu propia historia, ni que te sientas incapaz de irte porque no sientes la fuerza, la independencia y la voluntad, aún reconociendo que eres infeliz. Si su presencia pesa más de lo que suma, si sus gestos te duelen más de lo que te abrazan, eso no es amor, eso es violencia. Y reconocerlo no te hace débil; te hace valiente.
Si no estás dentro, pero ahora reconoces que alguien a tu alrededor te ha confiado entre risas o lágrimas los focos rojos de su relación, escucha con atención. No minimices, no normalices, no desvíes la conversación con un “todas las parejas tienen problemas”. Si algo te incomoda, si algo suena mal, no lo ignores. Tus acciones pueden ser la diferencia entre alguien que sigue atrapado en la sombra o que comienza a buscar la salida.
La violencia de género dentro de las relaciones es real, es compleja y se alimenta del silencio y de la ignorancia del resto. Informarnos salva vidas. Reconocer las señales en otras personas es importante, pero aún más crucial es mirarnos a nosotras mismas y atrevernos a preguntar: ¿he vivido esto? ¿lo estoy viviendo? Y si la respuesta es sí, saber que existe un camino hacia la libertad, la sanación y relaciones que te devuelvan la voz y el amor propio, pero para esto, es imperativo pedir ayuda profesional.
Porque el amor, el verdadero amor, nunca debería hacerte mendigar lo que mereces por derecho: respeto, dignidad y felicidad.
